Era mi primer semana de clases entrando a la universidad. Siempre había dicho que podía estudiar todo menos ingeniería, aunque mis dos papás son ingenieros (¿tal vez esa es la razón?). Pero un mes antes de entrar cambié de opinión y elegí una ingeniería nueva que abrió el Tec de Monterrey.
Era un requisito para todos los alumnos de Ing. en Innovación y Desarrollo cursar “FisMat” en primer semestre, una combinación de Física y Matemáticas. Siempre fui bueno en matemáticas y las materias de ciencias pero realmente nunca fueron mis favoritas, por lo que no le di mucha importancia cuando me comentaron sobre la clase.
Resulta que la clase se llevaba siempre en un laboratorio y la dirigían un maestro de física y una maestra de matemáticas. Rara vez había una explicación por parte de los maestros, mas bien iniciábamos con una pregunta de su parte y un experimento que nos ayudaría a encontrar la respuesta.
¿Cómo podemos predecir la posición de un objeto cuando cae?
Teníamos a nuestra disposición sensores, computadoras y otros instrumentos de medición para resolver nuestras preguntas. Al final cada equipo debía presentar a la clase sus experimentos y las conclusiones a las que llegó.
Recuerdo que tenía muchos compañeros que se frustraban porque estaban acostumbrados a aprenderse una formula para hacer los ejercicios. Pero aquí no te daban la receta de cocina, tu tenías que hacerla y cada pregunta que teníamos era contestada con otra.
Alumno: ¿Tengo que realizar una derivada con estos datos?
Maestro: No lo sé, ¿porqué piensas eso?
¿Un maestro que no te resuelve tus dudas? Parece ridículo pero aprendí mucho más en esa clase de lo que hubiera aprendido con una metodología tradicional. Aprendimos a defender nuestras teorías ante nuestros compañeros, pero también a cuestionar las ideas de los demás y sobre todo las nuestras.
Nunca usamos un libro de texto, teníamos que crear nuestros propios métodos para llegar a la solución. Un día uno de los maestros escribe todas las formulas y conclusiones a las que hemos llegado por nuestra cuenta durante la clase. Nos hace ver que no descubrimos el hilo negro, todo lo que definimos ya lo había definido Isaac Newton hace casi 300 años, solo cambiaba un poco la nomenclatura.
Salimos ese día sintiéndonos unos genios que podíamos definir y explicar lo que sea con matemáticas. Después de todo, y aunque no hayamos sido los primeros, habíamos realizado el mismo análisis que hizo Newton. Yo personalmente tomé un gran interés en la ciencia y me sentí otra vez como ese niño explorador que descubre algo nuevo todos los días.
Considero que esta fue una de las mejores clases que he tomado. Nos enseño a pensar para llegar a nuestras propias soluciones, en lugar de memorizar formulas. A la larga eso es lo que realmente importa porque allá afuera no hay un libro con instrucciones.
Esta materia implementó el método socrático para que nosotros mismos resolviéramos un problema. En las siguientes entradas al blog hablaré más sobre esta metodología y como la hemos empezado a utilizar en nuestros cursos de Robin.