Es muy conocida la teoría de las inteligencias múltiples descrita por Gardner, y la mayoría de nosotros hemos realizado ya (probablemente sólo por curiosidad) muchos tests para descubrir la inteligencia en la que más destacamos. Para quienes no las conozcan, se las menciono: interpersonal, intrapersonal, naturalista, musical, lógica-matemática, lingüística-verbal, visual-espacial, cinética-corporal. Sabiendo de su existencia, quizás hemos criticado el sistema de educación actual que favorece a los niños con inteligencias lógica-matemática y lingüística-verbal, a su vez dejando de lado a niños con algún otro tipo de inteligencia que aparentemente- están destinados a sacar notas bajas y a no poder desarrollar todo su potencial.
Y es que quizá, por esta misma creencia, estamos frustrados con nuestras escuelas porque el tipo de inteligencia en la que sobresalíamos casi no se valoraba y, por si fuera poco, nos sentíamos forzados a practicar inteligencias en las que no estábamos cómodos. Una situación que no queremos que se repita con nuestros hijos.
Lo que pasa ahora, siendo adultos y experimentando el mundo real, es que nos damos cuenta que las calificaciones y las menciones honoríficas no tienen tanto valor como creíamos, y que lo que el mundo nos pide es que sepamos manejar y solucionar conflictos, pues al final de cuentas, de eso se trata la vida. Y ¡oh sorpresa!, la inteligencia es muchas veces definida como la capacidad de resolver problemas… Entonces, sin importar de qué tipo sea mi principal inteligencia ¿puedo solucionar los problemas que se me presenten?
La respuesta no es tan sencilla. Poniéndonos muy técnicos, sería que sí. Sin embargo, para mejores resultados, sería más conveniente juntar las habilidades de más de una inteligencia. Así como se dice “dos cabezas piensan mejor que una”, yo les digo que dos inteligencias resuelven mejor que una. Imagínense lo impresionante que sería si se combinaran todas las inteligencias al mismo tiempo, que no es algo imposible…
Así nos percatamos de lo importante que es impulsar todas las inteligencias que podemos desarrollar: no sólo las que la escuela propicia, pero tampoco limitándonos a las que más se nos facilitan. Dicho esto, podemos agradecer a la escuela por promover ciertas inteligencias (aunque desenvolvernos en ellas nos haya costado mucho trabajo) y, mientras tratamos de convencer a los organismos educativos de la importancia de dar una educación integral, desde nuestro lugar podemos alentar a nuestros hijos a desarrollar sus 8 inteligencias (sin importar que destaquen especialmente en una).
Busquemos para nuestros hijos alternativas de aprendizaje y motivémoslos a seguir practicando a pesar de lo difíciles que sean los retos. Si en la escuela tradicional no le va muy bien, no es razón de desanimarse, sólo debe entender que lo que ahí le enseñan sí le va a servir (aunque el contenido esté algo limitado). Desde inscribirlo a algún equipo deportivo, un taller de pintura, o un novedoso curso de emprendimiento, nuestras acciones pueden ayudarlos a encontrar en lo que son buenos y en lo que pueden mejorar. Son esta variedad de estímulos los que conseguirán que desde pequeños abran su panorama y vean su gran abanico de posibilidades. Irán descubriendo (por prueba y error, después de muchas frustraciones) que si de cierta manera no lograron lo que querían, pueden intentar de otras tantas formas, sin quedarse en su zona de confort.
Y aunque muy probablemente jamás les alcance la vida para adquirir el 100% de las habilidades de cada inteligencia, el que los niños sepan que pueden desarrollar un poquito de todas y así complementar su perspectiva ante los problemas de la vida, ya es una gran ganancia.